Ghee: La mantequilla que fue al infierno y volvió más cabrona

El ghee no es un invento hipster. No nació en un laboratorio ni viene en frascos minimalistas con etiquetas carísimas. Viene de la India, de hace miles de años, cuando la gente tenía que ingeniárselas para que la mantequilla no se pudriera con el calor. La cocinaron hasta purificarla, hasta sacarle la leche y las impurezas. Lo que quedó fue grasa pura, dorada, inmortal. El oro líquido.
En la medicina ayurvédica lo veneraban como cura, en la cocina lo usaban para casi todo. No era moda: era supervivencia. Y, sorpresa, también sabía jodidamente bien.

El Ghee orgánico en nuestra dieta

Hoy vivimos rodeados de basura disfrazada de comida “saludable”. Aceites refinados, margarinas que saben a plástico y promesas de etiqueta que no valen ni el cartón. El ghee es lo contrario: simple, honesto, sin disfraces.
Tiene vitaminas que tu cuerpo entiende, aguanta calor sin convertirse en veneno y no te destroza el estómago con lactosa escondida. Es grasa, sí, y tu cuerpo necesita grasa. La buena, no esa porquería industrial.

Lo usamos para cada bollo en nuestra cocina

En nuestra cocina, el ghee no es adorno. Lo usamos sin vergüenza, sin pedir disculpas. Lo untamos en cada bollo, lo dejamos correr sobre arroz humeante, lo tiramos a la sartén con especias que gritan desde el aceite caliente.
¿Quieres que unas papas sepan a gloria? Ghee. ¿Huevos que no parezcan de hospital? Ghee. ¿Un pan recién horneado que te haga llorar un poco de felicidad? Sí, maldita sea, ghee. Es como mantequilla en esteroides, pero con clase.

Una invitación brutalmente simple

No te voy a vender el ghee como “superfood”. No lo es. Es comida real. Y lo real siempre gana.
Quieres empezar a usarlo? Hazlo sin ceremonias:

El ghee no es moda. Es tradición. Es sabor. Es honestidad. Y si lo metes en tu dieta, vas a entender algo que muchas cocinas modernas olvidaron: la grasa no es el enemigo, el aburrimiento sí.

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